diumenge, 25 de novembre del 2012

¿Habrá Megalópolis en el Futuro (y VII)?

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Como se ha hablado de la incineración y demás, habrá que hacerlo también de la muerte y de la vejez, así que hagámoslo, aunque sin olvidar que el tema general que estábamos tratando era el de las limitaciones de este mundo o de esta sociedad, o las específicas de Ciudad Capital. 

Respecto a la vejez, decir que, aunque solamente sea por solidaridad social, rechazamos ser viejas porque, se diga lo que se diga, son una carga, y hoy en día, cuando aunque solamente sea mediante la VAG podemos tener acceso al saber que haya acumulado cualquier ser humano en el transcurso de su vida, la realidad es que, en general, tales viejas no servirían en concreto para gran cosa, lo que las conduciría al desánimo y hasta a sentimientos de culpabilidad social. Por eso, desde hace ya unos cuantos siglos, prácticamente todo el mundo ha ido aceptando, y yo también lo haré, el itinerario hacia la paulatina y controlada desaparición previsto entre los sesenta y cinco y los sesenta y siete años. 

No hay mucho más que decir al respecto, yo aún solamente tengo cincuenta y seis años, y si bien físicamente todavía me encuentro bien, mentalmente ya me voy notando algo más estúpido cada día que pasa, así que cuando a ello se sume el deterioro físico o el bajón en el número de orgasmos posibles cada día, según y cómo vayan las cosas a lo mejor incluso pido la anticipación de tal proceso que, como mucho, se puede adelantar a los sesenta y un años. 

En cuanto a la muerte en sí, actualmente no la tememos gran cosa, sino en todo caso al dolor que tal proceso pudiera conllevar. Pero en la actualidad, y desde hace ya bastante tiempo, eliminar el dolor de tal tránsito no es problema. Y por lo que respecta a las posibles angustias existenciales y demás en torno a lo de morirse, hoy en día todo el mundo comprende que, planteado desde el punto de vista de la posible supervivencia de nuestra individualidad "humana", solamente existen cuatro posibles escenarios tras el deceso, y que son, a) que la muerte sea el punto final de todo, b) que tras ella se pase a una existencia igual, c) que pasemos a una peor, y d) que pasemos a una mejor. 

La cosa no da para mucho más, salvo que se especule con la renuncia a esa individualidad, pero eso es toda otra cuestión de la que ya se hablará cuando proceda. Vale que mientras no renunciemos a nuestra mente racional un cierto nivel de incertidumbre siempre provocará ese momento de transición, pero qué se le va a hacer, está introducido en el lote de lo que es la vida en sí, y si lo que es tan sólo una incertidumbre no implica padecimiento físico alguno, las cuentas, para nosotras, salen. 

Y en el campo mental las inquietudes tampoco tienen por qué ser excesivas, porque no hay más alternativas que las expuestas, así que si la realidad es la primera de tales opciones, si todo se acaba también acabará la decadencia y ya está, y si no, por mala que sea la vida por vivir, seguro que todas la preferiríamos a la alternativa de nuestra desaparición total. Claro, si encima resulta que se pasa a una igual o mejor, ya no te digo nada.   

¿El resumen? Sabemos que la muerte propia no existe, ni puede existir, pues o bien se desaparece a todos los efectos (es decir, no existe nada, ni "estado" de "muerta" ni de nada, y si algo consciente nos sobrevive, ¿qué mejor prueba de que, a nivel individual, somos inmortales en cuanto para nosotras no puede existir la muerte, sino la mera transición? 

Hay, sin embargo, un reducido número de personas a las que el conjunto social presiona para que no nos abandonen, gente excepcional de la que, razonablemente, aún puede esperarse que aporten alguna idea o composición musical genial, o individuos especialmente dotados en el terreno de la Ciencia Infusa y cosas así, por lo que su vida se puede prolongar bastante más, y en algunos casos hasta han alcanzado los ciento treinta y cinco años de edad. Pero son casos súper excepcionales, y no alcanzan o suponen ni el uno por cien mil de la población. 

Sí, Ciencia Infusa, no se me ha ido la olla. Me estoy refiriendo al caso de aquellas personas que, a partir de escasísimos datos, aunque tampoco sin ninguno, ninguno, son capaces de saberlo o inferirlo todo de casi todo sin haber estudiado nunca nada de nada. No me digáis que no conocéis gente así, no me refiero a las pedantes o fanfarronas que luego en realidad nunca saben nada de nada, sino a esas modestas personas que intentan, dentro de lo posible, pasar razonablemente desapercibidas, hablan lo justo, siempre tienen un criterio racionalmente consistente y bien construido, y aunque por supuesto no son infalibles, lo habitual es que suelan llevar razón. 

Bien, pues a eso, hoy y no tan solo hoy, se lo denomina poseer o tener la Ciencia Infusa, que vendría a ser algo así como el equivalente al buen sentido común, pero en un plano o nivel superior de Conocimiento, y habitualmente con el requerimiento, también, de poseer una mente un tanto excepcional en determinados campos como, por decir algo, el de la improvisación. 


Prosiguiendo de una vez por todas con el tema genérico de las limitaciones de este mundo urbano o planetario, otro hecho sin duda lamentable que implica el vivir en esta gran ciudad, y para el que, por más que se ha estudiado e investigado, no se ha encontrado solución, es el de que, aparte de la maravillosa luna, apenas podemos percibir estrella o planeta alguno desde este nuestro cielo urbano, excepto las más brillantes, Venus, Júpiter, Sirio y demás. A cambio, los días que hay abundantes nubes bajas, el halo de luminosidad que desprende todo este conjunto o conglomerado urbano es uno de los espectáculos más bellos que se pueden dar, y sin contaminación lumínica no tendría lugar. Paradojas de la vida.

No obstante, un cierto número de días al año sí que procedemos al voluntario apagón general en superficie (en la ciudad subterránea carecería de sentido hacerlo), y entonces, si no está muy nublado, claro, en cuyo caso se cambiaría de día, se alcanzan a ver centenares y más centenares de estrellas. Pero que la ciudad de la superficie se quedara permanentemente a oscuras sería un auténtico rollo, porque hasta tendríamos que apagar u ocultar las luces de nuestras viviendas, y la verdad, a todas nos gusta que se vea por dónde y dónde andamos, tanto en casa como en la calle. Así que, como no aceptamos tal permanente oscuridad nocturna, la contaminación lumínica deviene en inevitable.

Para compensarnos de tal fatalidad, los demás días del año, aunque siempre con los haces de luz apuntando hacia el suelo, gozamos de una iluminación nocturna, tanto en la ciudad de la superficie como en la subterránea, de una increible y continua variedad cromática que solamente se puede calificar de espectacular, basada en el continuo y aleatorio, aunque siempre gradual, cambio de color e intensidad que cada segundo pueden tener nuestros concentrados puntos luminosos de temperatura y colores variables o PL200-TCV, en los que cada uno de los dos centenares de potentísimos leds de emisión de que está dotada cada unidad abarcan una gama de a su vez doscientos colores o tonalidades diferentes, siempre con el espectro del Arco Iris como referencia general. 

Hay tantos millones de puntos lumínicos PL200-TCV instalados que, simultaneamente, tan sólo suelen estar dando su luz uno de cada cuatro o cinco de los que existen, yéndose lentamente relevando unos a otros en armoniosas cadencias (incomparablemente superiores a los de vuestros "árboles navideños" los llamabais, me parece), salvo los días señalados, claro, que lo mismo que, de vez en cuando, apagamos por completo la ciudad, también a veces la encendemos a tope, y realmente es la hostia de fantástico cuando la totalidad de nuestra iluminación está al máximo. 

Pero claro, tampoco hay que derrochar por derrochar, y además, pocas cosas hay en esta vida, salvo quizá el comer, los orgasmos o las satisfacciones emocionales equivalentes, que no lleguen a cansar, o puedan llegar a no ser debidamente apreciadas, si se dan con excesiva frecuencia o continuidad.

No obstante estos disfrutes, reconozco que para poder vivir en Ciudad Capital se ha de tener un gran espíritu urbanita, no quizá tan absolutamente exagerado como sin duda es con seguridad el mío, pero bastante de tal espíritu se ha de tener, porque lo que es contacto directo directo con la vida natural, tenemos más bien poco, aunque nos compensamos recreando en nuestras comunas maravillosos entornos naturales mediante la tecnología genérica del 3-D, y teniendo ello la ventaja de que al menos no pasas frío ni calor, ni te molestará el viento o la lluvia, ni la incordiante presencia de formas de vida no humana ni vegetal o mineral. 


Ciudad Satélite, la segunda urbe en importancia del planeta, se halla situada, sobre una superficie de seiscientos cincuenta y un kilómetros cuadrados, en el centro de la misma península que alberga Ciudad Capital, a unos cuatrocientos cincuenta kilómetros al oeste suroeste. Tiene, como se ha dicho, cincuenta millones de habitantes censados, y pese a que a sus habitantes les gusta presumir de su gran autonomía, lo cierto es que el 99'4 por ciento de sus intercambios con el exterior, que es de lo que viven, los tienen con nuestra ciudad.

Ciudad Capital y Ciudad Satélite se hallan unidas, aparte de por la teletransportación, por la más importante y realmente alucinante infraestructura ferroviaria del Planeta, capaz de transportar, en ambos sentidos, hasta cincuenta millones de pasajeros diarios. Naturalmente, todo el trazado de este sensacional suburbano es subterráneo y por plantas, pues la utilización de las tres dimensiones es imprescindible si se quiere que tal megamedio de transporte funcione y no ocupe una cantidad de terreno que, a todas luces, sería excesiva e insostenible. 

Ciudad Satélite es la única ciudad que, aunque realizado a una escala descomunal, tiene un perfil arquitectónico propio de épocas pasadas, porque la población planetaria que no reside habitualmente en ella o en Ciudad Capital lo hace mayoritariamente en ciudades estándar de seis kilómetros cuadrados de superficie y hasta tres millones de población albergable que se crearon con y bajo el mismo esquema de construcción con los que está edificada nuestra Capital Mundial, por lo que parecen bonitos barrios remotos, autónomos y periféricos, de nuestra mayor urbe.  

Distribuidas a lo ancho y largo del planeta, la distancia promedio entre ellas no suele superar los 250 o los 300 kilómetros, aunque tampoco suele bajar de los 100. Demográficamente, sus habitantes son la mayoría súper absoluta de la humanidad, pues, todas juntas, estas ciudades casi acaparan los dos tercios de la población planetaria, o sea, son el doble que quienes vivimos en Ciudad Capital, Mundo Ciudad o Ciudad Planetaria, nombres todos ellos con los que se conoce en todas partes esta incomparable Urbe. 

Está claro que no puedo ocultar el orgullo que siento por la existencia de Ciudad Capital, y personalmente pienso lo que pienso respecto a mi grado de "urbanitismo" porque doy fe de que puedo pasar, y he pasado, años y más años sin abandonar en momento alguno su territorio, aunque la gente, en general, tiende a salir algo más, si bien no mucho más, el teletransporte es caro y, en el fondo, estoy convencido de que a tod@s les encanta tanto como a mí esta preciosa Capital Planetaria, solo que no lo quieren reconocer abiertamente porque hacerlo no es popular.

Finalmente, menos del uno por ciento de la población planetaria se alberga, voluntariamente o por necesidades de su trabajo, en entidades urbanas de menos de veinte mil habitantes, en realidad de bastantes menos, porque lo ordinario es que tengan entre quinientos y mil quinientos habitantes. El teletransporte ha ayudado bastante en nuestros días a hacer posible la vida en estas pequeñas concentraciones que carecen, por insostenibles, de otras vías de comunicación que no sean andando, en bicicleta o en carrito eléctrico automotor de baja velocidad.

Finalmente, y como apunte de corte social dentro de este vistazo tan general sobre los asentamientos en que moramos, reseñar que tanto en Ciudad Capital como en cualquier otro punto del planeta nunca hay, en nuestros edificios de viviendas, ninguna puerta cerrada con llave, y todas se pueden abrir con normalidad desde dentro y desde fuera, no obstante lo cual nadie, salvo los o las pequeñas, suele penetrar en morada ajena sin previamente anunciarse o haber sido invitada. Las puertas de las industrias, de los comercios y de las diversas y numerosas dependencias de la Administración Redistribuidora sí que se cierran, pero exclusivamente para que no se metan las criaturas y, jugando, jugando, se puedan llegar a autoinfligir algún grave daño, o provoquen algún, pequeño o no tan pequeño, desastre a la comunidad. 




---[ ...y, de momento, eso es todo, aunque de fijo que ese un tanto desconcertante o hasta intrigante texto del futuro continuará asomándose constantemente por aquí o por allá....]---  


saludos, salud y solidaridad. 
ET desalmado & forrest gump. 
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