dijous, 2 de maig del 2013

Capítulo Uno del Texto del Futuro (y II)

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Estimados lectores o lectoras: 

Nada, seguimos sin más con la exposición iniciada en el post anterior :-)  

Ahora, eso sí, no olvidéis que, en ese futuro que tendrá lugar una vez la actual estrella Polar vuelva a ser la actual, el genérico del lenguaje es el femenino, pero que, sin embargo, en realidad (y como se ha reiterado con anterioridad) en general se está hablando, sobre todo, de los niños varoncitos y de las pocas niñas que, en su infancia, "entienden". 

Pues hala, vamos para allá :-) 



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Naturalmente, al igual que sucedió con todos los procesos de transición desencadenados a raíz de la caída de tantos tabúes durante la ReEvolución (o Evolución a partir de procesos Revolucionarios o de Reformas Radicales), semejante cambiazo en el plano erótico no se produjo de la noche a la mañana, sino que requirió un gradual y escalonado avance hacia la meta y, en conjunto, la tarea implicó a varias generaciones, aunque en realidad la transformación en sí se realizó en el transcurso de una sola. 

Por más que el lema era "sobre esto "controla" exclusivamente el o la menor", resultaba bastante obvio que no parecía muy atinado el que sin más, en una sociedad que aún no disfrutaba de plena libertad sexual, se pasara a abrir la veda a los hasta entonces condenados intercambios erótico amorosos entre adultas y menores, pues la racionalidad indicaba que, si se hacía así, lo más probable era que, por la vía de los halagos, los chantajes o la prostitución, numerosas adultas, malformadas sexualmente por no haber podido vivir esa faceta de su vida en plena libertad desde la infancia, abusaran brutalmente, y de un modo bastante impune de niñas y adolescentes, con los correspondientes e indeseables efectos contraproducentes que ello habría conllevado. 

Bien, nunca sabremos si hubiera sucedido así o no porque, de momento, el anatema permaneció, y lo primero que se hizo fue fundar y poner en funcionamiento, naturalmente dentro del área genérica de  la Educación Afectiva y Emocional, las Escuelas Elementales de Erotismo y Sexualidad, para todas las niñas de entre ocho y doce años, aunque en principio sólo se pudo empezar inscribiendo a las de ocho y nueve años, que luego, eso sí, ya continuaron en ellas hasta el final, y prosiguieron su aprendizaje en los siguientes grados de formación sobre el tema que paulatinamente se fueron implantando, de trece a dieciséis, y de diecisiete a diecinueve. 

Mi profesión, desde luego, se creó decenios más tarde, porque, en sus inicios, la totalidad de la plantilla de estos centros estuvo formada exclusivamente por féminas, y aún éstas estuvieron sometidas a un férreo control a distancia. No obstante, se descartó poner guardias de seguridad o cosas similares en los centros por temor a que, eventualmente, en alguno de ellos se pudiera llegar a desarrollar una mafia o connivencia entre adultas de ambos sexos para montar alguna barbaridad o red de explotación sexual. Y si bien hoy en día ello resultaría una posibilidad inimaginable, se ha de tener en cuenta que se partía de la situación que se partía, y la utopía, si se alcanzaba, que se alcanzó, se realizaría más adelante. 

A diferencia de hoy en día, en que las voluntarias echan aquí las horas que les apetece, aquellas primeras educadoras realmente sexuales trabajaban a jornada completa de cinco horas, no obstante lo cual, por lógica les era permitido faltar los días que quisieran sin haber de dar explicación alguna, ya que se comprendía que la naturaleza de tal trabajo con niñas podía, física y sobre todo mental o emocionalmente, agotar a cualquiera. 

El invento funcionó razonable y esperanzadoramente bien, y como simultáneamente también habían caído otros tabúes sexuales, cuando las primeras niñas que habían sido matriculadas con ocho o nueve años alcanzaron la mayoría de edad fueron las primeras agraciadas de la Humanidad en poder libremente recibir, y en su caso aceptar, las propuestas eróticas que las nuevas menores pudieran hacerles, por más abierta o descaradamente sexuales que tales propuestas fueran, sin que nadie tuviera derecho a objetar nada a estas acciones conjuntas de la infancia y de la nueva juventud siempre que los intercambios se desarrollasen dentro de cauces aceptablemente satisfactorios para todas las implicadas.

Estos privilegios de los menores tenían y tienen sus límites, claro. El primero, el de la edad, pues sus derechos sobre el tema son, en principio, inalienables solamente hasta los doce años inclusive, porque, a partir de los trece, pueden empezar a recibir más o menos disimuladas o abiertas negativas, y con catorce o más, aunque cierta protección aún se les da, como la de que las adultas siguen sin poder tomar la iniciativa en ese terreno, en la práctica vienen a tener al respecto el mismo estatus ordinario de las mayores de edad. 

Hay más límites, tengan la edad que tengan. Y así, entre otras cosas, los menores saben que el varón adulto, que jamás las penetrará por parte alguna, puede a su vez denegarles el acceso anal, y que a la mujer, al carecer de próstata, bajo ningún concepto tiene sentido solicitarle tal cosa, quedando en ello a expensas de lo que la dama, por iniciativa propia, pudiera espontáneamente obsequiar u ofrecer, que no es lo habitual porque, a cambio, bien que les dejan entrar a placer hasta el fondo por su vía natural. Por supuesto, y aunque el menor manda, el simple intento de infracción por su parte de cualquiera de las reglas de juego conlleva el automático fin del encuentro, si así lo decide o deciden "in situ" el, la o las adultas implicadas.

El campo abierto fue tan irresistiblemente atractivo y apetecible que, cuando sin darles remunaración compensatoria alguna, así consientieron las interesadas, se grabaron y, como siempre gratuita y libremente, se difundieron por la Red (y hoy en día aún se hace), numerosos de tales encuentros, que ya desde el inicio solían ser de más de dos actuantes, es decir, sexo en grupo realmente espontáneo, y de la mejor calidad. 

Tan revolucionario escenario presentaba, desde luego, numerosas dificultades, pues aún había demasiada gente a la que la plena libertad sexual, aunque fuera la de las demás, seguía dándoles demasiado miedo, y se horrorizaban en cuanto tenían conocimiento de propuestas o relaciones eróticas fuera de la más rígida moral represora puritanista, sin jamás pararse a de verdad plantearse si lo que tenía lugar era en sí "bueno" o "malo". 

Pero esas sucias y represoras mentes, aunque atraídas por la cuestión como por un abismo o un imán, seguían erre que erre condenando sin paliativos todo tipo de práctica sexual fuera de sus propias convenciones o convicciones, sin ni por asomo conceder, al menos, los beneficios de la duda o el de no interferir ni entrometerse sin permiso en la afectividad ajena, mucho menos en la de una o un menor, si se carece de indicios de que algo pueda ir yendo mal o de que, en esas relaciones, alguien esté haciendo uso de la violencia, el abuso o el chantaje. 

En todo caso, qué duda cabe de que la envidia de las generaciones más adultas fue, desde luego, brutal, pero qué se le iba a hacer si a cada una le había tocado vivir la época que le había tocado y no otra. Y para qué hablar de las pobres a quienes la implantación de las escuelas las pilló justo con diez, once o doce años, lo que causó que, aunque por bien poco, nunca pudieron matricularse en este tipo de centros, por más que sí que les dispensó alguna atención especial. No obstante, prácticamente todo el mundo lo supo sobrellevar. 

Pronto se vio que algunas cosas se habían de cambiar. Por ejemplo, y tras las primeras hornadas tratadas ---[ en las que, a diferencia de lo que acaecía con los mucho más entusiastas varoncitos y "varoncitas", se constató que una gran mayoría de las niñas detestaban esas clases, venga a hablar de follar y demás, y nada de nada sobre tener o cuidar bebés ]---, se comprendió que la imposición de la asistencia obligatoria era un error. 

Más adelante, se vio que no eran precisos tampoco tantos grados de aprendizaje, siendo suficiente con los dos primeros, y finalmente, también se corrigió lo de las edades de cada ciclo, dado que era preferible arriesgarse a tener una minoría, la conformada por las de trece años, quizá excesivamente depredadora en el primer nivel sobre una mayoría "victimizada", que no el tener una minoría excesivamente "victimizada" en el campo de una mayoría de depredadoras que encima también les ganaban en edad.  

Así, gradualmente, se fueron puliendo aspectos, por aquí y por allá, hasta que se llegó al actual modelo de Escuelas de Formación Sexual, de los ocho a los trece años, y los Colegios de lo mismo, de los catorce a los dieciséis. Y esas chavalas de trece son las únicas que, al igual que sucede con la Educación General, pueden, si quieren, estar simultáneamente inscritas en la Escuela y en el Colegio de Sexualidad, cosa que por supuesto hacen la mayoría de ellas. 

Nada de extraño tiene ello, puesto que, por la propia tendencia biológica y natural, es ese segmento treceañero quien más frecuentemente hace acto de aparición por esas instituciones de instrucción sexual, y también son, con esa edad, quienes cumplen espontáneamente la función de puente pedagógico bastante estratégico entre esos dos estadios consecutivos de las humanas, la preadolescencia y la adolescencia, aún tan importantes para el correcto desarrollo de los individuos.

Una vez que progresivamente comenzó a haber más y más mujeres jóvenes lo suficientemente desinhibidas y desvergonzadas como para, decididamente, estar bastante o muy interesadas en eventualmente montárselo con las menores, se introdujo el voluntariado en las tareas pedagógicas propias de esta enseñanza, con un éxito tan total que, al cabo de apenas un cuarto de siglo, ya no hizo falta plantilla laboral femenina alguna dedicada a tales tareas. 

¡Ah!, y muy poco después, en la siguiente generación, ya se creó, afortunadamente, mi profesión, con lo que se alcanzó el desarrollo integral del necesario y, en líneas generales, bastante bien llevado proceso de transición sobre el tema, culminándose justo cuando, salvo casos aislados de venerables ancianitos o ancianitas que ya no estarían para muchos trotes a nivel material, ya no quedaron humanas que no hubieran sido inscritas en su momento en estas líneas de educación sexual.  

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Bueno, un poco largo más de la cuenta, quizá, pero, por no seguir dejando flecos...   

saludos cordiales :-) 
ET & forrest gump. 
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3 comentaris:

  1. Bueno, la entradilla está un poco trabucada de leer.

    Por lo demás, la idea que queda más clara es que se habla de un proceso gradual que dura lo que dura una generación humana (¿60, 70 años?), no de un cambio para todo el mundo a fecha fija.

    Y si se puede cambiar sobre cualquier otra cosa, ¿por qué sobre esta no :)?

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    Los veinticinco comentarios que, por improcedentes y por respeto a posibles nuevos visitantes, he suprimido de este post, los podréis encontrar, si tenéis ganas de pasar un rato sumamente desagradable para nada, en el post "Limpiando mis otros blogs (I)" de mi blog de la defensa.
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    De nuevo, otra tanda de comentarios difamadores, absurdos o fuera de lugar has sido trasladados al blog de la defensa
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