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Queridos lectores y lectoras:
Ustedes juzgarán: pero, conociendo la "amoralidad" pacata que les caracteriza, todo indicaría que quizá los tiros vayan por ahí, siendo la cuestión de los niños una mera excusa o tapadera de sus verdaderas y criminales intenciones: acabar con el más mínimo asomo de libertad sexual para nadie.
La nota de la ROM que encontraréis venía ya en ese texto, y como cada vez, no olvidar que en 28.251 el genérico del lenguaje es el femenino ;-D
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¡Qué bello, sublime y enriquecedor es gozar de buen sexo y buenos orgasmos! Al respecto, nuestras interplanetarias nos han revelado que el orgón, en efecto, existe, pero que hay dos clases de él, el positivo y el negativo, generándose el primero básicamente durante los procesos orgásmicos de ciertas especies, mientras que el segundo, que era de lo que se alimentaban los parásitos parauniversales de la Humanidad, se genera en el dolor, la contrariedad y el sufrimiento.
Y a esa especie de mala ralea, que os dominaba y nos dominó hasta hace menos de un milenio, igual que le gustaba el orgón negativo, odiaba el positivo, de ahí el triste destino de Wilhelm Reich, aunque hoy sabemos que no hay máquina física que pueda detectarlo ni mucho menos producirlo, ni el bueno ni el malo, porque su dimensión propia es la parauniversal, y su generación, en este Planeta, es patrimonio, en exclusiva, de los seres también físicos.
Ese patrimonio, a su vez y si nos referimos a las "cantidades" generadas, podríamos decir que corresponde casi íntegramente a las especies o seres racionales, empáticos, y dotados tanto de conciencia como de dimensión social, lo que traducido al caso de la Tierra significa hablar, en exclusiva, de los grandes simios como nosotras y alguna que otra especie de monas, tal vez algún gran mamífero acuático, y pare usted de contar.
Conviene reseñar aquí que siempre es positivo el orgón que se genera en los procesos orgásmicos, como no podía ser de otra forma, pues obtenido por la vía que sea, un orgasmo siempre es un orgasmo, y solo su hipotética consecución con daños para terceras personas podría hacer variar su signo, algo por completo inhabitual en nuestro mundo.
Si bien todas seguimos prácticándola en algunas ocasiones a todo lo largo y ancho de nuestras vidas, actualmente la masturbación es una vía por la que se genera poco orgón, a diferencia de lo acaecido en otras épocas, donde fue una de sus fuentes principales de producción, si no la primera y más importante de todas.
Tal declive de las prácticas onanistas acaeció sobre todo cuando, frente al follar, la masturbación perdió la manifiesta ventaja que durante tanto tiempo significó el no requerir el otrora desagradable y normalmente decepcionante trance de tener que conocer gente para poder llevarse a cabo el proceso orgásmico en sí. No es ninguna broma, se comprende que era como para salir huyendo cuando, ya a las primeras de cambio y sin remisión alguna, se veía una envuelta en líos o historias de posesividades excluyentes o exigencias de futura continuidad.
Pero claro, superado por fin el infame esquema de que, o se cargaba de buenas a primeras con todo tipo de exclusivistas rollos parejiles y demás desde el principio o, si no, nunca se rebasaba el pobre ámbito del sexo por el sexo, modificado sustancialmente tal escenario, lo de tener que conocer gente dejó de ser un calvario para convertirse en una fuente de satisfacción en sí misma, con lo que la tendencia viró, indudablemente, a una menor cuota masturbatoria, tanto absoluta como, sobre todo, relativa.
Pero, pese a no tan insignificante mejora, nunca hemos abandonado del todo el practicarla, la bendita masturbación, porque sigue teniendo una innegable serie de ventajas como vía de obtención de los necesarios orgasmos, tales como la idoneidad asegurada del momento y lugar elegidos, el ritmo de progreso siempre perfectamente sincronizado con nuestras propias y más íntimas deseos y apetencias, pausas solamente cuando así se desea, pero siempre que se desea y en el momento ideal, añádase a todo ello algunas cosillas más (la lista sería interminable), como la posibilidad de volver a la carga con un nuevo proceso justo e ipso-facto cuando así apetezca,... Así que el resultado final no puede ser ni es otro que, lo que es practicarla, seguimos practicándola, y triunfalmente.
A pesar de que podríamos poner la mano en el fuego porque, por promedio y en el transcurso de toda la historia, nunca se han corrido numéricamente tantas veces los varones en el confortable interior de las féminas, hoy en día la vía coital, según todos los estudios, apenas si viene a representar una tercera parte del total de orgasmos que tan placenteramente nos asola y padecemos el segmento del varonazgo adulto.
Y es que, por poner un caso, cuando por ejemplo vas lenta y vorazmente reptando sobre o bajo una imponente masa de guapas mujeres completamente desnudas entregadas con devoción a sus juegos preferidos, y con las cuales, además, sabes que tienes química, en tales tesituras resulta obvio que meterla reduce considerable y lamentablemente la movilidad de las personas implicadas.
Aparte, es que tampoco es para nada necesario meterla, pues, inmersos en tales deliciosos marasmos, es prácticamente imposible no correrse del gusto sobre parte cualquiera de sus totalmente apetitosas anatomías, ¿Quién sería capaz de contenerse, y para qué, al poder no solamente presenciar, sino directamente abrazar, el glorioso lesbiano espectáculo que las amables féminas han tenido o tienen la deferencia de compartir contigo?
Cualquier mujer comprende en la actualidad lo que es el orgullo de la orgasmación, pero, comprensiblemente, nuestras antepasadas revolucionarias, emocionalmente, no podían compartir que ello necesariamente implicara una ligazón única entre orgasmación y penetración, así que fue a los varones a quienes nos tocó aprender a corrernos también mediante otras múltiples formas, incluida la masturbación asistida, tan practicada por las chicas entre ellas, y tipo de masturbación que sólo es a su vez otra fórmula más de la amplia panoplia orgásmica disponible y asequible para quien adopte papeles pasivos, y que, claro, en realidad para nada es considerada de verdad masturbación, masturbación.
En cosas tales como estas ahora descritas se fundamenta la inalienable Libertad de Follación de que tanto nos enorgullecemos. Curioso concepto, porque se puede decir que agrupa prácticamente todas las actividades sexuales menos casi al follar al pie de la letra entendido. Lo incluye, claro, pero solamente como un episodio más, aunque sin duda importante, de la intensa vida sexual de que gozamos todas las ciudadanas en edad y con capacidad de tenerla y disfrutarla.
------¡¡Uuufff!!, otra vez la pesada de la ROM, así no habrá quien acabe, pero vaya. Que dice que recuerde de nuevo que se dijo que "follar" se utilizaba como sinónimo de "orgasmar por cualquier vía", matizando ahora, a su vez, que ese "orgasmar" también puede significar "estar en camino hacia ello", así que lo aclaro------.
Naturalmente, lo normal es que en estos lujuriosos líos o bollos también haya más tíos, con lo cual frecuentemente se han de hacer ciertas concesiones homosexuales, pero para que no se te eche del grupo es suficiente con que, aunque se esté cerrado a tal tipo de planteamientos con esos otros varones adultos, al menos no dar muestras de desagrado si eventualmente se produce algún roce o colisión anatómica cuando cada uno de nosotros está apaciblemente entregado a su depredadora labor sobre las devorables mujeres.
Claro, si encima los tíos tienen o tenemos química entre nosotros, la cosa aún es más sublime, pero aun sin tales circunstancias más o menos gays, las cosas se desarrollan a un nivel no ya más que aceptable, sino declaradamente sensacional.
No obstante, que quede claro que, por más cachondos y ebrios o ansiosos de placer que andemos, los tíos no somos ningunos brutos, y en todo momento velamos por no aplastarlas ni chafarlas físicamente, nada nos pueden reprochar al efecto, y antes bien, está demostrado que las únicas que muy frecuentemente siguen descargando tan alegre y despreocupada como completamente su peso sobre sus "víctimas" son ellas, y eso les pasa incluso en sus propias relaciones lesbianas.
No, ni las aplastamos ni las dañamos, pues siempre buscamos pesar livianamente, y en todo momento nuestras manos, o codos, o rodillas, o pies, reciben y soportan una parte importante de nuestro peso total cuando estamos sobre ellas, lo que nos permite ejercer la presión justa y precisa sobre esas sus anatomías que tan fervorosamente abrazamos.
Por el contrario, como seguimos siendo una especie con, aunque no exagerado, si visible dimorfismo sexual, ellas se piensan que, comparativamente, no pesan nada y ya está liada. Bien, pasar no pasa en realidad nada, pues por nuestra permanente conexión telepática, enseguida ellas mismas sienten lo mismo que la persona excesivamente oprimida, y como la cosa no tiene nada de erótica y carece totalmente de gracia, de inmediato corrigen, por no perder el hilo, con lo que, como se ha dicho, finalmente no pasa nada de nada.
O sea, que no las aplastamos ni nos aplastan, y lo normal es que, cuando ya nos hemos corrido todas al menos un par o tres de veces, entonces los tíos penetremos de verdad en el grupo y, organizando una bonita rueda, comencemos a follárnoslas frontalmente una tras otra hasta que nos digan basta o nos requieran que las montemos por detrás, por su sitio, pero por detras, la postura de la Naturaleza que el ser humano cambió por el cultural abrazo frontal, dando con ello un espectacular salto adelante en las relaciones estrictamente emocionales, pero dejando, a otros niveles digamos que más físicos, básicamente bastante inutilizado el no tan presunto punto o zona G.
En cuanto a la proporción que los coitos significan sobre el número total de orgasmos en el caso de las mujeres, apañadas irían las pobres si tuvieran que depender de la penetración para alcanzarlos, aunque no deja de resultarles una vía bastante efectiva cuando, sucesivamente y sin reposo, son penetradas, en la posición de la Naturaleza y no en la cultural, por sucesivos varones que nos vamos corriendo unos tras otros en su interior, todo ello mientras ellas, a su vez, devoran o se devoran frontalmente con otra u otras personas, llegando por tal camino las chicas a alcanzar orgasmos realmente espectaculares, e incluso el siempre codiciado, y sólo al alcance de ellas, orgasmo permanente.
Bueno, permanente, permanente no es ni esa modalidad orgásmica ni nada, claro. Pero tales efusiones quasi epilépticas tienen realmente una duración inusitadamente larga, desde los cuarenta y cinco segundos hasta casos de dos, tres o incluso más minutos, períodos que a su vez pueden y suelen incluir picos o sobreorgasmos de, aunque puntual, todavía mayor intensidad, así que, en conjunto, el tema es toda una pasada.
No obstante, como los descritos procesos mediante penetración les llevan bastante tiempo, en general las mujeres suelen optar por obtener sus disfrutes esencialmente por la fundamental vía clitoridiana, que puede llegar a proporcionarles orgasmos con pasmosa rapidez si, inmersas en el habitual marasmo de deseables cuerpos desnudos en que se desarrollan la mayor parte de nuestras expansiones y actividades sexuales, frotan debida, decidida y golosamente su vulva y su clítoris contra diferentes y más o menos sugerentes zonas de las ajenas anatomías, o bien cuando son más o menos vorazmente ahí atacadas y devoradas por alguna o algún de las copartícipes.
Tanto les encanta esta práctica de ser ahí devoradas que se piensan que, por fuerza, a todos los varones nos ha de suceder lo mismo, y así estamos, que en cuanto nos descuidamos nos la están comiendo, y aunque por supuesto tampoco es que no disfrutemos con ello, ni es como para hacerle precisamente ascos a propuestas de tal índole, sinceramente pienso que, procacidades verbales aparte, nuestro nivel de fijación con el tema no alcanza las cotas que sí que tiene en el caso de las féminas.
Ello es así porque la mayoría de nosotros solamente disfrutamos las mamadas salvajemente y en plenitud si, al mismo tiempo, estamos siendo objeto de voraces, abundantes y adicionales caricias procedentes de cuantas más actuantes mejor, todo ello mientras también conservamos, por nuestra parte, la posibilidad de estar engulléndonos algún apetitoso manjar sexual. Sí, poderse comer con preferencia suculentos pechos o femeninos culos mientras te la chupan sí que empieza a ser un escenario bastante ideal.
En todo caso, que quede claro que las chicas, sin que les disguste, porque les agrada, y al margen de situaciones específicas de dinámicas de grupo como las descritas, mayormente y en general nos dejan metérsela por amabilidad y porque nos quieren, ya que, si por ellas fuera, preferirían que nos limitáramos a constantemente refregar golosamente nuestro erecto pene externamente, desde adelante o desde atrás, por toda su vulva y por la zona del pene o glande en miniatura que, en apariencia externa, puede hasta cierto punto semejar el clítoris.
Tontas no son, por lo que, no en vano, con tales o similares lúbricas fricciones obtienen otra considerable parte de sus siempre gloriosos y tampoco tan infrecuentes orgasmos permanentes, profundas y tremendas expansiones cuyas efectos o consecuencias más inmediatas suelen ser las de desatar todo un auténtico torrente de orgasmos, semen y flujos varios por todo el grupo, y que cuando eventualmente no provocan tal secundaria oleada orgásmica generalizada porque tanto la onda personal como la colectiva ya andan algo más relajadas, son siempre muy comentados, en elogioso tono, por el resto de partícipes, arrancando a menudo también de la divertida concurrencia sofocadas o abiertas risas tanto de estupefacción como de clara admiración.
Tampoco ha de sacarse de todo esto la equivocada impresión de que en nuestra civilización exista una imposición social "de facto" en el sentido de que los encuentros físicos hayan por narices de ser lo más en grupo y apelotonadamente posible. Para nada es así, claro, pues una cosa es que se tienda a compartir con mucha más gente amplios espacios comunes para follar, cabiendo siempre la posibilidad de voluntariamente agregarse a la "secuencia principal", (tonto sería el negar que es una realidad esa tendencia y apetencia general que, una y otra vez, nos lleva o conduce a acabar, voluntaria y activamente, sumergiéndonos en esos fregados comunes y masivos), y otra muy distinta es que no haya también el suficiente espacio en nuestras vidas y en nuestras mentes como para que, si a cada cual su camino la conduce en determinados momentos por tales sendas o vericuetos, entremos en íntima o sagrada relación a dúo con quien, pese al innegable avance de la telepatía, aún tengamos ciertos cabos sueltos por atar, por no conocernos o conocerse desde demasiado tiempo atrás.
Y hay más situaciones que suelen requerir, y lo tienen, un particular y privado espacio físico, como sucede cuando, pongamos por caso, se intenta o nos concentremos en encontrar las afinidades que, en un modesto pero siempre difícil trío, conducen a aceptar que el único sistema de funcionamiento interno posible siempre será el del dos contra una, y que, por lo tanto, se ha de definir quien asume en cada momento el papel de suculenta víctima a devorar, y quienes el de ser sus más desenfrenadas depredadoras. O sea, que hay espacio para todo, tanto para el sexo abiertamente en grupo como para el a veces necesario más reducido o privado, y cada una a su libre bola, que es lo suyo.
Con tanta actividad física para mantenernos vigorosas por una parte, y con tanto contacto humano por otra, el resultado es que sudamos un montón, claro, pero ello no representa problema alguno, porque ingerimos con regularidad tanto líquido como sea preciso, mayoritariamente agua, y está demostrado que, si se va depilada y se mantiene un razonable nivel de higiene personal, la sudoración no produce fuerte o desagradable olor alguno, sino a lo sumo uno muy tenue, poco perceptible, no necesariamente desagradable y, en todo caso, bastante más discreto que otros olores, tampoco necesariamente desagradables, que se producen en nuestros encuentros sexuales.
A fin de proveer adecuadamente a mantener la hidratación, cualquier follatorio incluye siempre una serie de tubitos extensibles fijados a las paredes, y equipados con boquillas lavables o desechables por los que se obtiene, por succión, el suministro de agua que se desee o se necesite a la temperatura que hayamos previamente fijado en el dial de la pared.
Para nada entendemos que, en épocas ya razonablemente higiénicas, perduraran tanto tiempo las manías con lo del sudor y el sexo, porque cuando tan inocua y húmeda segregación glandular nos empapa en el transcurso de estos ardorosos encuentros, ese rebozarnos desnudas las unas sobre, contra o bajo las otras, se ve beneficiado por un incremento de la sensibilidad táctil que, según las estudiosas del tema, supone un salto comparable al que debe de haber entre frotarse pieles depiladas o no depiladas, extremo cuya exactitud o no nunca podremos constatar, ya que no hay nadie en este mundo que no quiera llevar su cuerpo agradablemente lampiño.
Y ya de puestas a comentar chorradas, os voy a dar un apunte científico, por si os resulta curioso o útil, y es que está comprobado que jadear aparatosamente, rugir e incluso gruñir como un cerdo (o como una cerda, pero es que los varones somos más de gruñir, y las mujeres más de jadear y gemir), si bien no necesariamente siempre mejora en sí el trance orgásmico, si que incrementa, amplificándolos, los efectos benéficos que para la salud, especialmente la coronaria, tienen los nunca bien ponderados orgasmos si se ha llegado a buen puerto sin forzar en exceso la maquinaria. Durante la juventud, claro, ello puede tener una importancia relativa, pero no es así a partir de cierta edad, por más vigorosas y jóvenes que nos mantengamos. Además, seamos totalmente sinceras, sí que se disfruta más gruñendo o rugiendo.
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Bueno, pues, para cerrar la parte física de la sexualidad, qué mejor que estas dos tomas de pantalla que reproducen lo que Google entiende por "sexualidad intergaláctica" y "promiscuidad intergalactica" respectivamente, prueba, por sí sola, estremecedora de los auténticos niveles de represión sexual real en que vive inmersa nuestra sociedad, tanto presunto sexo o pornografía gratuita en la red, pero, en cuanto a libertad sexual real, vivís donde vivís, ya que a mí me matáis al no defenderme, nada que ver con las realidades de los años setenta, y mucho menos, aún, con los prometedores escenarios que al respecto se dibujaban.
Y quienes, optimistamente, se piensen que puede tratarse de un mero problema de no haber buscado en el idioma adecuado, pues que hagan esa búsqueda en la lengua mundial, y verán, verán que gran diferencia, jajajajaja. Sí, igual o peor.
No, en francés no lo sé, a lo mejor por ahí... aunque tampoco lo creo, si bien reconozco que es una creencia a priori, ni siquiera un pensamiento, ya buscaré, a ver :-)
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saludos cordiales.
ET & forrest gump.
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